domingo, 16 de octubre de 2011

La tía Francisca, una mujer adelantada a su tiempo.



La tía Francisca era menuda, parecía poquita cosa.
En aquel pequeño cuerpo recuerdo hoy una de las mujeres más valientes que he conocido y que en su momento no supe apreciar.
Nació en el año 1898 y a los 22 años ya era mujer separada, pero sin papeles que lo justificasen. Se casó con un hombre que tenía visos de maltratador, o ella los intuyó a la primera de cambio. Después de la boda se fue a vivir a la casa del marido, cosa habitual en la época, y al cabo de una semana estaba de vuelta en casa. Venía sola, con un hatillo en el que traía sus pocas pertenencias y se instaló en una vieja casa que le ofrecieron sus padres.
Nadie preguntó nada; nadie se atrevió a recriminar aquella conducta tan poco apropiada en los tiempos que corrían. Simplemente volvió a ser una mujer libre que, con el paso de los años se convirtió en la mejor abuela que un niño, su sobrino-nieto, podría haber deseado.
La tía Francisca era sin saberlo, una gran protectora de los animales. Su perro, su más fiel amigo y compañero. Para él compraba en la tienda de Viaño Pequeno las cosas que harían las delicias de cualquier niño de aquella época de escasez: chorizo, galletas, salchichón.........
Un día, la tía Francisca regresó sola a casa. El perro no vino con ella después de hacer la compra. Tampoco traía el dinero que siempre llevaba guardado en un pañuelo y que escondía entre sus ropas. Al cabo de unos días y, ya dando por perdido al animal, un vecino avisó en la casa de que el perro estaba echado en el camino que recorrían juntos. Cuando fueron a recogerlo se encontraron con que su fiel amigo se había quedado custodiando el pañuelo con el dinero que la tía Francisca había perdido.